miércoles, 16 de diciembre de 2009

08 12 2009

“08 12 2009” – Por Christian Sanchez Bandres.

para descargar el cuento en pdf (1 pág.): http://www.megaupload.com/?d=DSL90K60
.
.

Pasó algún tiempo después de que él se decidiera a escribir. El miedo le ordenaba pensar en otras cosas, distracciones adrede. Inconcientemente, claro.

Cada palabra escrita desgarraba un segundo más en la cuenta regresiva de 17 años que acabaría en 121 minutos. De hecho, esta cuenta ha sido desde su niñez un trauma que ha intentado ocultar. Lo ha escondido tanto durante los últimos años que él mismo consideró que el hecho de no tenerlo presente ha sido una consecuencia de madurez. “Consideración errónea”, se ha juzgado a sí mismo. Ya que esa profunda angustia ha vuelto, de la misma forma e intensidad. Un miedo que en su niñez era infundido como consecuencia de otro tipo de falencias, hoy es una realidad. Tan inminente como los 112 minutos que lo separaban de aquello que él sabía que no había manera de revertir.

Fuertes llantos de agonía interrumpen sus líneas. Puñales en su pecho que lo desorientan cada vez que lo escucha. Vivaces carcajadas suenan en su cabeza al recordar el acompañamiento de ella durante todo su paso por la escuela primaria, secundaria e incluso universidad. Ha sido un tratamiento terapéutico para la niñez de él la compañía de ella. Claramente la joven madurez que él alcanza le hace recordar la frase “all you need is love”. El amor incondicional que en 99 minutos se apagaría tiene una fuerza inconmensurable, inmedible. Los resultados estaban a la vista: un joven adulto profesional llorando por dentro por la agonía de quien le había regalado su vida, incondicionalmente.

Pocas veces se ha sentido tan sólo. Físicamente, en su casa están sus padres, él y ella. Los tres se rotan para observarla, como si el simple hecho de revisar si respira vaya a cambiar la cuenta regresiva.

Mientras escribe, él piensa si sus palabras alcanzarán para describir su angustia. Luego se dio cuenta: la muerte no se comprende, sólo se asimila. Tal vez el amor incondicional y la muerte tengan un pacto, un arreglo, piensa él. Recuerda sus libros de psicoanálisis: El amor incondicional corresponde a uno de los anhelos más profundos, no sólo del niño, sino de todo ser humano.

Jamás habrá otra en mi vida, piensa él. Duda. Su mente le dice que la capacidad de amar debe seguir intacta, nadie es igual a nadie, por lo tanto, amar a otra no implicaría dejar de amar a ésta. En medio de este pensamiento trata de entenderse a sí mismo. ¿Llorarla, y al mismo tiempo pensar en si habrá otra? Él sabe que no es el único al que se le ocurre una cosa parecida en estos momentos. Pero sintió que le estaba siendo infiel al pensar eso. Escuchar nuevamente llantos de agonía le sirvió para quitar algo de culpa: interrumpe su actividad para atenderla.

Vuelve angustiado. Ya no desea pensar. Se ha planteado tantas dicotomías y situaciones futuras que en este momento se daba asco a sí mismo.

Con sólo 73 minutos, lo único que desea en este momento quien escribe, es poder transmitir su mensaje: “Amen, vivan, sientan”.

A medida que caen los minutos, se da cuenta que los sentimientos comienzan a cruzarse: he tomado una decisión que decide sobre mi ser amado. ¿Y si existe otra oportunidad? Ahí radica la angustia del que escribe. Ha perdido objetividad. Siente que peca de jugar a Dios al tomar esta decisión. Pero siempre se quedará con la duda. Jamás tuvo agallas para ser radical. La opinión del profesional concuerda con la decisión tomada.

Siente vergüenza de desear verla morir.

Faltando 17 minutos, ya no hay expresión en los ojos de ella. Él sólo desea que esto termine, pero que sea eterno. Sólo le quedarán los recuerdos. Lo único tangible son las lágrimas de él que no salen al exterior.

Con un nudo en la garganta y la mente confusa, decide dar fin a estas líneas para acariciar la cabeza de ella durante sus últimos 10 minutos de existencia, mientras esperan al veterinario con la eutanasia.

en memoria a Luli (1992-2009).